El coronaverso nos unió virtualmente mientras nos separaba físicamente. La crisis del coronavirus no hizo más que acelerar algo que ya estaba sucediendo de forma espontánea en varios rincones del mundo: el crecimiento del individualismo. Diversos estudios como el realizado por Santos, Varnum y Grossman en 2017 han demostrado que el individualismo suele incrementarse cuando el país vive un rápido desarrollo socioeconómico, siendo los países menos desarrollados o los que viven en zonas afectadas por desastres naturales, enfermedades y conflictos bélicos los que tienden hacia un pensamiento más colectivista.
Vivir en una sociedad individualista o colectivista modifica la forma en la que sus ciudadanos piensan, actúan y se relacionan. Impregna todo aspecto de la vida y crea una ideología que se fortalece con el tiempo. Cada generación posterior nace condicionada por los valores que les son inculcados en el sistema educativo, y en occidente estos valores son valores individualistas. Tanto es así que cualquier razonamiento que se sale de esta normalidad establecida es recibido como un elemento intrusivo y peligroso. Con el tiempo, a la última generación en llegar le resulta cada vez más complicado encontrar en el hilo de la historia el comienzo de la forma de pensar de la sociedad con la que convive, hasta creer que esta ha existido siempre, hasta pensar que la humanidad jamás podría sobrevivir conviviendo de otra manera.
Cuando un país individualista se ve azotado por una tragedia, por una crisis económica, por una pandemia o por un conflicto bélico, haber vivido tan alejado de valores colectivistas durante tanto tiempo puede hacer que haga a cada individuo aguantar su propia vela, y ese deseo por la autosuficiencia y el sálvese-quien-pueda puede convertirse en un hundimiento colectivo. Así es como el coronaverso en occidente ha terminado de aislarnos a todos. Como si estuviéramos encerrados en nuestros coches dentro de un atasco infinito, nos miramos por la ventana unos a otros y nos lamentamos a través de las redes sociales. Le damos la espalda a las plazas, los parques se cierran y se establece un toque de queda. La gente busca casas más grandes, con jardín, lejos de la ciudad. Lo poquito conquistado para conseguir lugares de convivencia en las junglas de asfalto se pierde y nos encerramos en el calor, la seguridad y la soledad de nuestros hogares.
Parque cerrado en Úbeda, por Cadena SER. |
La tercera y última parte de esta saga sobre Un Mundo Post Covid se escribe medio año después de la segunda parte. Han cambiado muchas cosas desde aquella vez, pero hay una que se mantiene perenne: siempre parece que el final de esta historia se encuentra a la vuelta de la esquina, pero una vez allí todo se confirma un espejismo. A esta serie de acontecimientos aún le queda mucho recorrido, y con ella nuestra relación con nuestro entorno sigue mutando. Cerramos este ensayo volviendo la mirada hacia nosotros mismos y hacia la jaula que forma nuestro creciente individualismo.
Capítulo 1 - Sanitas sanitatum, omnia sanitas
Raúl Minchinela escribía en 2015 un artículo en elDiario.es titulado Odiseas de andar por casa. Hablaba de Xavier de Maistre, un escritor francés del siglo XVIII que, durante las seis semanas que estuvo bajo arresto domiciliario en Turín, escribió el libro Viaje alrededor de mi cuarto, una parodia de las novelas de viajes que tenía lugar dentro de su habitación. También hablaba de la historia de Saroo Brierley, en la que se basa la película Lion del 2016, sobre un hombre que encuentra a su madre a través de Google Maps veinte años después de separarse de ella. Finalmente hablaba del escritor Santiago Lorenzo cuando mencionaba los safaris de cercanías, los viajes en autobús, la contemplación de jardines cercanos, y cómo eso le crea problemas con la autoridad que no le crearía si lo hiciera subido en un coche, a través de Internet o en una zona turística. Minchinela esboza tres maneras de acercarse al mundo que vamos a desplegar en estos tres capítulos. Así pues, nuestro primer protagonista va a ser nuestro hogar.
El coronaverso nos ha encerrado en nuestra casa; nos ha hecho redescubrirla, reanalizarla y redecorarla. Muchos han hecho de ella su mundo y han reaprendido a valorarla, pero muchos otros se han dado cuenta de que llevaban años viviendo en un espacio minúsculo que les impedía ser felices. No es la primera vez que esta sensación se hace palpable. El primer ejemplo que me viene a la mente tuvo lugar en Reino Unido en 1875, un siglo después del comienzo de la Revolución Industrial, momento histórico que ya mencionamos en la primera parte de esta serie.
A finales del siglo XVIII la Revolución Industrial aceleró un proceso conocido como éxodo rural. Entre 1800 y 1900 la población de las ciudades se multiplicó por diez en Reino Unido, y hubo una necesidad de darle alojamiento a una cantidad de gente que contaba con muy poco dinero y muy poco poder. Durante este periodo solo los más ricos podían permitirse el lujo de tener su propia casa, convirtiéndose todos estos nuevos emigrantes en carne de cañón para grandes especuladores que buscaban inquilinos para sus nuevas casas de alquiler. La falta de organización, control y legislación permitió que estas viviendas no cumplieran con ninguna medida de seguridad, higiene ni comodidad. Cuanta más pequeña fuera la casa y menos espacio ocupara, más gente podían hacinar en un mismo espacio, creándose barrios obreros enteros donde la mortalidad infantil, el tifus y el cólera se convirtieron en vecinos habituales.
Casas back-to-back de Birmingham, por Nick Hedges Photography. |
Desde 1830, hubo reformistas en Reino Unido que intentaron ponerle fin a esta miseria, pero fueron encontrando oposición por parte del gobierno, de los empresarios y de los caseros durante años. Nadie quería gastar dinero en darle una vida digna a estos trabajadores que vivían en calles infestadas de heces y orines, que veían a más gente morir por falta de ventilación que por cualquier guerra en la que el país se había enfrentado hasta entonces, y que habían dado a luz a una generación que se sabía abandonada, que había acortado su esperanza de vida y que se veía empujada a unos hábitos morales, higiénicos y sexuales que les harían hundirse en una depresión de la que no podían huir. Tras setenta años sobreviviendo en estas catacumbas sociales, el hedor era imposible de soportar y el gobierno tuvo que admitir que el proyecto reformista no podía esperar más.
Cuando los conservadores alcanzaron el poder en 1874, el primer ministro Benjamin Disraeli extendió el plan de reforma social. El Public Health Act 1875, redactado por Richard Cross, puso el motor en marcha, mientras sus oponentes políticos le recriminaban no centrarse en temas más importantes; a lo que Disraeli respondió: "Sanitas sanitatum, omnia sanitas" o "Health above everything" o "La salud por encima de todo". A partir de entonces, y de forma mucho más precisa a partir de 1878, las viviendas tuvieron que tener por ley unas condiciones dignas para quienes las habitaran. Se intentaba así poner fin a la deshumanización obrera mediante la mejora de sus hogares, y es que el hogar es el lugar más valioso de un ser humano.
El hogar: en Thor: Ragnarok (2017) se decía que era la gente a la que quieres en oposición al lugar donde vives y, mientras que ese significado puede estar en concordancia con diversos estudios de psicología y antropología, también es cierto que el hogar físico puede influir fisiológicamente en nuestros comportamientos, emociones y salud mental. Una encuesta realizada a principios de los 90 en Estados Unidos llegó a la conclusión de que los estadounidenses pasaban casi un 70% del tiempo en su casa, y habiendo el coronaverso disparado esta cifra es de entender que la reevaluación de la vivienda de uno mismo también lo haya hecho. Se agradece entonces que ahora no se permita la existencia de viviendas como las que había en el Reino Unido antes de 1875.
Estudio en Majadahonda por 750 € al mes, publicado en elzulista. |
Pero el coronaverso nos ha alcanzado en una época donde cuentas de Twitter como elzulista suman seguidores por su cercanía a una realidad que les une. El coronaverso ha encontrado a gente viviendo en casi las mismas condiciones, o a veces las mismas, en las que vivían los emigrantes de la Revolución Industrial antes de las regulaciones de 1875: precios abusivos en un negocio desregulado que deshumanizan a los que menos dinero y menos poder tienen. Además de ello, un estudio sociológico de 1957 en el este de Londres, concluyó que aunque la calidad urbanística con respecto a antes de 1875 había mejorado considerablemente, la calidad social se había deteriorado con respecto al espíritu comunitario de los barrios marginales. La calidad del hogar descrita por elzulista ha retrocedido de forma alarmante; y ahora nos enfrentamos a ella en soledad.
Xavier de Maistre estuvo seis semanas en una habitación cuadrada en Turín donde de pared a pared había nueve pasos, unos siete metros; considerablemente más grande que el estudio de Majadahonda. Ese viaje alrededor de su cuarto ha sido impuesto de forma brutal a millones de personas durante este coronaverso, durante mucho más de seis semanas, o seis meses. Esto haría despertar a muchos que hasta ahora no se habían parado a pensar en la calidad de sus hogares. Como dijo Thor en Thor: Ragnarok o el catedrático en Geografía Humana Patrick Devine-Wright de la Universidad de Exeter, estamos predispuestos a cambiar de hogar si nos ofrecen unas condiciones mejores.
Eso es exactamente lo que pasó. Quienes pudieron permitírselo, y ya sabemos quiénes fueron, abandonaron la gran ciudad para ir al campo donde por el precio de un estudio pudieron comprarse una casa de dos habitaciones con jardín. La idea era que el próximo confinamiento los encontrara en un hogar donde poder disfrutar de un arresto domiciliario en familia. El éxodo urbano dejó a la City de Londres completamente vacía, y aquellos que emigraron de sus torres de oficinas se llevaron sus puestos de trabajo en sus bolsillos. La burbuja urbana tembló por primera vez en siglos.
Capítulo 2 - Working at home can save gasoline
Saroo Brierley solo necesitó un ordenador, conexión a Internet y Google Maps para encontrar a su madre en 2012, de quien se separó hacía veinte años. Para cuando Saroo comenzó esta búsqueda, el teletrabajo ya era un concepto firmemente establecido en el mundo empresarial por las mismas razones por las que Saroo pudo llevar a cabo este proyecto, aunque todavía le faltaba un último empujón para que el teletrabajo se convirtiese en el símbolo de la nueva sociedad.
Fotograma de la película Lion. |
Cuando Frank Schiff escribió el artículo Working at home can save gasoline ("Trabajar desde casa puede ahorrar gasolina") para The Washington Post en 1979, la idea fue recibida como una graciosa excentricidad. No fue hasta mediados de los 90 cuando esta idea se puso en práctica de forma experimental en ciertos sectores gubernamentales. Era la era de Blackberry, de la PDA y del nacimiento de Google. Las agencias del gobierno que se adhirieron al experimento del teletrabajo se convirtieron en los líderes de una generación que iba a poder trabajar en cualquier lugar y en cualquier momento. El primer teléfono móvil con Internet llegó en 2001, y seis años después se convirtió en el primer iPhone. Conceptos como la nube, aplicaciones como Skype y tendencias como los espacios coworking empezaron a pasar de ser algo a experimental a algo enteramente mainstream. A partir del 2010 ya se consideraba una práctica habitual en un gran número de empresas privadas. En 2015, Forbes publicó la lista de las 100 mejores empresas que ofrecían teletrabajo. Pero nada podía compararse a lo que el Covid haría a partir del 2020 con una actividad que hacía 40 años era considerada excéntrica.
Hay empresarios que hace menos de una década aseguraban orgullosos que el teletrabajo no era cosa de ellos. El vicepresidente de Google en 2013, Patrick Pichette, decía que en Google no se teletrabaja, pese al desarrollo de las Google Apps que servían para facilitar, entre otras cosas, el teletrabajo. Pichette decía en 2013 que había algo mágico en el hecho de estar juntos trabajando y que desde casa los trabajadores se sentirían aislados, solos. De la misma manera, Best Buy abandonó el teletrabajo en 2013 porque daba "demasiada libertad a los trabajadores"; pero recientemente anunciaba, con el 95% de la plantilla trabajando desde casa, que tras la pandemia continuarían de forma permanente con una flexibilidad que permitiría en parte esta forma de trabajo gracias a un mayor control de la productividad. Una encuesta de la British Council for Offices realizada en septiembre del 2020 concluyó que un 15% de los encuestados seguiría trabajando desde casa incluso cuando la pandemia hubiera concluido, y otro 46% que dividirían el trabajo entre casa y la oficina. Parte del porcentaje restante era gente joven viviendo en casas compartidas, viviendas como las de elzulista o ambientes incómodos, que temían que las grandes corporaciones no les dieran la opción de volver a tiempo completo a la seguridad de su torre de oficinas. Soledad, control e inseguridad.
El sueño del teletrabajo que se popularizó a finales de los 70 se había convertido en una pesadilla en 2020. Al tiempo que la burbuja de la City de Londres se tambaleaba, y con ella la de otras grandes urbes, y mientras veían cómo sus inquilinos emigraban a otras zonas más económicas subidos a la ola del teletrabajo, había otros, muchos, que habitaban en el lado oscuro de este tsunami, que tenían que aprender a vivir en las ruinas de la zona cero; la mayoría: jóvenes que veían cómo su futuro se desmoronaba a pasos agigantados, sin poder hacer nada para evitarlo.
Hubo un ejemplo de supervivencia que de alguna manera funcionó como un pequeño símbolo del gran peso que esta pandemia supuso para los más jóvenes, y para ello hemos de irnos al canal de Twitch de un profesor y divulgador de música: Jaime Altozano.
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Aplausos en los balcones, por la Cadena SER. |
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