He empezado un nuevo blog para estudiantes y profesores de Español en el Reino Unido

Como un pequeño proyecto que me he auto impuesto para esta nueva ronda solar que empieza en septiembre, he creado un blog para estudiantes y profesores de español en Reino Unido que intentaré tener actualizado lo máximo posible. He decidido escribirlo en inglés y enfocarlo sobre todo a los estudiantes angloparlantes que están estudiando español en los institutos de Reino Unido, aunque habrá artículos que podrán usar otros estudiantes ubicados en otros países. También quiero dedicar artículos más enfocados hacia profesores de español y jefes de departamento de español, también en inglés, y también enfocado colateralmente a ayudar a los estudiantes.

El primer artículo lo he dedicado a los resultados de GCSE que fueron publicados hace tres días en Reino Unido. Los exámenes de GCSE son los exámenes quizás más parecidos a la selectividad que se realizan al final del quinto año de secundaria, que en Reino Unido se conoce como Año 11.

Este año los resultados han sido un poco más bajos en comparación a los años del Covid, cuando las convocatorias se cancelaron y, en vez de exámenes iguales para todos, fueron los profesores de los alumnos quienes pusieron las notas basándose en exámenes preparados y corregidos por ellos mismos. Esto hizo que los resultados se inflaran un poco en comparación a años anteriores y este año han bajado y vuelto de nuevo a esas cifras pre Covid.

En el artículo me centro también en una iniciativa de Ofqual, la organización pública que se encarga de controlar estos exámenes entre otros, con la que intentaban salvar a las asignaturas de Francés y Alemán haciendo la evaluación de sus exámenes menos severa. Llegaron a la conclusión de que había menos alumnos eligiendo esas dos asignaturas como optativas, en oposición a la asignatura de Español, y creyeron que la severidad de sus evaluaciones podía ser uno de los factores. Este año por ejemplo los alumnos que eligieron la asignatura optativa de Español para sus GCSE creció un 11,3% mientras que la de Francés subió solo un 1,1% y la de Alemán vio una bajada.

Seguiré actualizando el blog asiduamente, y de rebote le haré más caso a este.


Un Mundo Post Covid - Parte 3 - El Hogar

El coronaverso nos unió virtualmente mientras nos separaba físicamente. La crisis del coronavirus no hizo más que acelerar algo que ya estaba sucediendo de forma espontánea en varios rincones del mundo: el crecimiento del individualismo. Diversos estudios como el realizado por Santos, Varnum y Grossman en 2017 han demostrado que el individualismo suele incrementarse cuando el país vive un rápido desarrollo socioeconómico, siendo los países menos desarrollados o los que viven en zonas afectadas por desastres naturales, enfermedades y conflictos bélicos los que tienden hacia un pensamiento más colectivista.

Vivir en una sociedad individualista o colectivista modifica la forma en la que sus ciudadanos piensan, actúan y se relacionan. Impregna todo aspecto de la vida y crea una ideología que se fortalece con el tiempo. Cada generación posterior nace condicionada por los valores que les son inculcados en el sistema educativo, y en occidente estos valores son valores individualistas. Tanto es así que cualquier razonamiento que se sale de esta normalidad establecida es recibido como un elemento intrusivo y peligroso. Con el tiempo, a la última generación en llegar le resulta cada vez más complicado encontrar en el hilo de la historia el comienzo de la forma de pensar de la sociedad con la que convive, hasta creer que esta ha existido siempre, hasta pensar que la humanidad jamás podría sobrevivir conviviendo de otra manera.

Cuando un país individualista se ve azotado por una tragedia, por una crisis económica, por una pandemia o por un conflicto bélico, haber vivido tan alejado de valores colectivistas durante tanto tiempo puede hacer que haga a cada individuo aguantar su propia vela, y ese deseo por la autosuficiencia y el sálvese-quien-pueda puede convertirse en un hundimiento colectivo. Así es como el coronaverso en occidente ha terminado de aislarnos a todos. Como si estuviéramos encerrados en nuestros coches dentro de un atasco infinito, nos miramos por la ventana unos a otros y nos lamentamos a través de las redes sociales. Le damos la espalda a las plazas, los parques se cierran y se establece un toque de queda. La gente busca casas más grandes, con jardín, lejos de la ciudad. Lo poquito conquistado para conseguir lugares de convivencia en las junglas de asfalto se pierde y nos encerramos en el calor, la seguridad y la soledad de nuestros hogares.

Parque cerrado en Úbeda, por Cadena SER.

La tercera y última parte de esta saga sobre Un Mundo Post Covid se escribe medio año después de la segunda parte. Han cambiado muchas cosas desde aquella vez, pero hay una que se mantiene perenne: siempre parece que el final de esta historia se encuentra a la vuelta de la esquina, pero una vez allí todo se confirma un espejismo. A esta serie de acontecimientos aún le queda mucho recorrido, y con ella nuestra relación con nuestro entorno sigue mutando. Cerramos este ensayo volviendo la mirada hacia nosotros mismos y hacia la jaula que forma nuestro creciente individualismo.

Capítulo 1 - Sanitas sanitatum, omnia sanitas

Raúl Minchinela escribía en 2015 un artículo en elDiario.es titulado Odiseas de andar por casa. Hablaba de Xavier de Maistre, un escritor francés del siglo XVIII que, durante las seis semanas que estuvo bajo arresto domiciliario en Turín, escribió el libro Viaje alrededor de mi cuarto, una parodia de las novelas de viajes que tenía lugar dentro de su habitación. También hablaba de la historia de Saroo Brierley, en la que se basa la película Lion del 2016, sobre un hombre que encuentra a su madre a través de Google Maps veinte años después de separarse de ella. Finalmente hablaba del escritor Santiago Lorenzo cuando mencionaba los safaris de cercanías, los viajes en autobús, la contemplación de jardines cercanos, y cómo eso le crea problemas con la autoridad que no le crearía si lo hiciera subido en un coche, a través de Internet o en una zona turística. Minchinela esboza tres maneras de acercarse al mundo que vamos a desplegar en estos tres capítulos. Así pues, nuestro primer protagonista va a ser nuestro hogar.

El coronaverso nos ha encerrado en nuestra casa; nos ha hecho redescubrirla, reanalizarla y redecorarla. Muchos han hecho de ella su mundo y han reaprendido a valorarla, pero muchos otros se han dado cuenta de que llevaban años viviendo en un espacio minúsculo que les impedía ser felices. No es la primera vez que esta sensación se hace palpable. El primer ejemplo que me viene a la mente tuvo lugar en Reino Unido en 1875, un siglo después del comienzo de la Revolución Industrial, momento histórico que ya mencionamos en la primera parte de esta serie.

A finales del siglo XVIII la Revolución Industrial aceleró un proceso conocido como éxodo rural. Entre 1800 y 1900 la población de las ciudades se multiplicó por diez en Reino Unido, y hubo una necesidad de darle alojamiento a una cantidad de gente que contaba con muy poco dinero y muy poco poder. Durante este periodo solo los más ricos podían permitirse el lujo de tener su propia casa, convirtiéndose todos estos nuevos emigrantes en carne de cañón para grandes especuladores que buscaban inquilinos para sus nuevas casas de alquiler. La falta de organización, control y legislación permitió que estas viviendas no cumplieran con ninguna medida de seguridad, higiene ni comodidad. Cuanta más pequeña fuera la casa y menos espacio ocupara, más gente podían hacinar en un mismo espacio, creándose barrios obreros enteros donde la mortalidad infantil, el tifus y el cólera se convirtieron en vecinos habituales.

Casas back-to-back de Birmingham, por Nick Hedges Photography.

Desde 1830, hubo reformistas en Reino Unido que intentaron ponerle fin a esta miseria, pero fueron encontrando oposición por parte del gobierno, de los empresarios y de los caseros durante años. Nadie quería gastar dinero en darle una vida digna a estos trabajadores que vivían en calles infestadas de heces y orines, que veían a más gente morir por falta de ventilación que por cualquier guerra en la que el país se había enfrentado hasta entonces, y que habían dado a luz a una generación que se sabía abandonada, que había acortado su esperanza de vida y que se veía empujada a unos hábitos morales, higiénicos y sexuales que les harían hundirse en una depresión de la que no podían huir. Tras setenta años sobreviviendo en estas catacumbas sociales, el hedor era imposible de soportar y el gobierno tuvo que admitir que el proyecto reformista no podía esperar más.

Cuando los conservadores alcanzaron el poder en 1874, el primer ministro Benjamin Disraeli extendió el plan de reforma social. El Public Health Act 1875, redactado por Richard Cross, puso el motor en marcha, mientras sus oponentes políticos le recriminaban no centrarse en temas más importantes; a lo que Disraeli respondió: "Sanitas sanitatum, omnia sanitas" o "Health above everything" o "La salud por encima de todo". A partir de entonces, y de forma mucho más precisa a partir de 1878, las viviendas tuvieron que tener por ley unas condiciones dignas para quienes las habitaran. Se intentaba así poner fin a la deshumanización obrera mediante la mejora de sus hogares, y es que el hogar es el lugar más valioso de un ser humano.

El hogar: en Thor: Ragnarok (2017) se decía que era la gente a la que quieres en oposición al lugar donde vives y, mientras que ese significado puede estar en concordancia con diversos estudios de psicología y antropología, también es cierto que el hogar físico puede influir fisiológicamente en nuestros comportamientos, emociones y salud mental. Una encuesta realizada a principios de los 90 en Estados Unidos llegó a la conclusión de que los estadounidenses pasaban casi un 70% del tiempo en su casa, y habiendo el coronaverso disparado esta cifra es de entender que la reevaluación de la vivienda de uno mismo también lo haya hecho. Se agradece entonces que ahora no se permita la existencia de viviendas como las que había en el Reino Unido antes de 1875.

Estudio en Majadahonda por 750 € al mes, publicado en elzulista.

Pero el coronaverso nos ha alcanzado en una época donde cuentas de Twitter como elzulista suman seguidores por su cercanía a una realidad que les une. El coronaverso ha encontrado a gente viviendo en casi las mismas condiciones, o a veces las mismas, en las que vivían los emigrantes de la Revolución Industrial antes de las regulaciones de 1875: precios abusivos en un negocio desregulado que deshumanizan a los que menos dinero y menos poder tienen. Además de ello, un estudio sociológico de 1957 en el este de Londres, concluyó que aunque la calidad urbanística con respecto a antes de 1875 había mejorado considerablemente, la calidad social se había deteriorado con respecto al espíritu comunitario de los barrios marginales. La calidad del hogar descrita por elzulista ha retrocedido de forma alarmante; y ahora nos enfrentamos a ella en soledad.

Xavier de Maistre estuvo seis semanas en una habitación cuadrada en Turín donde de pared a pared había nueve pasos, unos siete metros; considerablemente más grande que el estudio de Majadahonda. Ese viaje alrededor de su cuarto ha sido impuesto de forma brutal a millones de personas durante este coronaverso, durante mucho más de seis semanas, o seis meses. Esto haría despertar a muchos que hasta ahora no se habían parado a pensar en la calidad de sus hogares. Como dijo Thor en Thor: Ragnarok o el catedrático en Geografía Humana Patrick Devine-Wright de la Universidad de Exeter, estamos predispuestos a cambiar de hogar si nos ofrecen unas condiciones mejores.

Eso es exactamente lo que pasó. Quienes pudieron permitírselo, y ya sabemos quiénes fueron, abandonaron la gran ciudad para ir al campo donde por el precio de un estudio pudieron comprarse una casa de dos habitaciones con jardín. La idea era que el próximo confinamiento los encontrara en un hogar donde poder disfrutar de un arresto domiciliario en familia. El éxodo urbano dejó a la City de Londres completamente vacía, y aquellos que emigraron de sus torres de oficinas se llevaron sus puestos de trabajo en sus bolsillos. La burbuja urbana tembló por primera vez en siglos.

Capítulo 2 - Working at home can save gasoline

Saroo Brierley solo necesitó un ordenador, conexión a Internet y Google Maps para encontrar a su madre en 2012, de quien se separó hacía veinte años. Para cuando Saroo comenzó esta búsqueda, el teletrabajo ya era un concepto firmemente establecido en el mundo empresarial por las mismas razones por las que Saroo pudo llevar a cabo este proyecto, aunque todavía le faltaba un último empujón para que el teletrabajo se convirtiese en el símbolo de la nueva sociedad.

Fotograma de la película Lion.

Cuando Frank Schiff escribió el artículo Working at home can save gasoline ("Trabajar desde casa puede ahorrar gasolina") para The Washington Post en 1979, la idea fue recibida como una graciosa excentricidad. No fue hasta mediados de los 90 cuando esta idea se puso en práctica de forma experimental en ciertos sectores gubernamentales. Era la era de Blackberry, de la PDA y del nacimiento de Google. Las agencias del gobierno que se adhirieron al experimento del teletrabajo se convirtieron en los líderes de una generación que iba a poder trabajar en cualquier lugar y en cualquier momento. El primer teléfono móvil con Internet llegó en 2001, y seis años después se convirtió en el primer iPhone. Conceptos como la nube, aplicaciones como Skype y tendencias como los espacios coworking empezaron a pasar de ser algo a experimental a algo enteramente mainstream. A partir del 2010 ya se consideraba una práctica habitual en un gran número de empresas privadas. En 2015, Forbes publicó la lista de las 100 mejores empresas que ofrecían teletrabajo. Pero nada podía compararse a lo que el Covid haría a partir del 2020 con una actividad que hacía 40 años era considerada excéntrica.

Hay empresarios que hace menos de una década aseguraban orgullosos que el teletrabajo no era cosa de ellos. El vicepresidente de Google en 2013, Patrick Pichette, decía que en Google no se teletrabaja, pese al desarrollo de las Google Apps que servían para facilitar, entre otras cosas, el teletrabajo. Pichette decía en 2013 que había algo mágico en el hecho de estar juntos trabajando y que desde casa los trabajadores se sentirían aislados, solos. De la misma manera, Best Buy abandonó el teletrabajo en 2013 porque daba "demasiada libertad a los trabajadores"; pero recientemente anunciaba, con el 95% de la plantilla trabajando desde casa, que tras la pandemia continuarían de forma permanente con una flexibilidad que permitiría en parte esta forma de trabajo gracias a un mayor control de la productividad. Una encuesta de la British Council for Offices realizada en septiembre del 2020 concluyó que un 15% de los encuestados seguiría trabajando desde casa incluso cuando la pandemia hubiera concluido, y otro 46% que dividirían el trabajo entre casa y la oficina. Parte del porcentaje restante era gente joven viviendo en casas compartidas, viviendas como las de elzulista o ambientes incómodos, que temían que las grandes corporaciones no les dieran la opción de volver a tiempo completo a la seguridad de su torre de oficinas. Soledad, control e inseguridad.

El sueño del teletrabajo que se popularizó a finales de los 70 se había convertido en una pesadilla en 2020. Al tiempo que la burbuja de la City de Londres se tambaleaba, y con ella la de otras grandes urbes, y mientras veían cómo sus inquilinos emigraban a otras zonas más económicas subidos a la ola del teletrabajo, había otros, muchos, que habitaban en el lado oscuro de este tsunami, que tenían que aprender a vivir en las ruinas de la zona cero; la mayoría: jóvenes que veían cómo su futuro se desmoronaba a pasos agigantados, sin poder hacer nada para evitarlo.

Hubo un ejemplo de supervivencia que de alguna manera funcionó como un pequeño símbolo del gran peso que esta pandemia supuso para los más jóvenes, y para ello hemos de irnos al canal de Twitch de un profesor y divulgador de música: Jaime Altozano.


En su vídeo de presentación Jaime decía: "Hablando con gente que estaba en el colegio, en la universidad, trabajando como freelance y en trabajos creativos me decían siempre lo mismo: que les estaba costando mucho ser productivos durante la cuarentena; que estaban procrastinando un montón. [...] Entonces pensé: como yo siempre he tenido la costumbre de quedar con amigos a trabajar [...] y cada uno a lo suyo aprendéis lo vuestro, trabajáis en lo vuestro, y luego hacéis pausas para hablar, para comer, para estar juntos, y así se pasa todo más fácil. Y dije: ¿y si hacemos eso pero por Internet?"

Los más jóvenes no solo habían perdido el acceso a su segura torre de oficinas, sino a las bibliotecas y a los bares donde se trabaja y se bebe café al mismo tiempo. Habían cambiado la seguridad por la soledad. Se habían convertido en el símbolo de lo que también puede significar el teletrabajo. La imagen de la persona organizada sentada en su jardín con el portátil, haciendo viajes hasta la oficina del segundo piso de su casa decorada con una bonita biblioteca de madera repleta de libros de consulta y un doble escritorio con una bandeja de metal llena de folios para organizar más tarde, una tablet y una agenda con post-its de colores se transformaba en la imagen de una persona trabajando con un portátil compartido encerrada en su dormitorio con la cama sin hacer y ropa por el suelo, intentando concentrarse entre los gritos de su familia, y luchando contra las ganas de ponerse una serie en el móvil que le haga olvidarse de la realidad que le rodea. Mientras tanto, otros se alegraban de estar ahorrando gasolina.

Jaime Altozano se dio cuenta de este problema y creó una sala de trabajo virtual visitada diariamente por varias miles de personas donde, entre las horas de trabajo individual, tenían lugar diversas charlas sobre sus progresos personales, técnicas de productividad o la bolsa. Encontraba así una solución a la soledad del teletrabajo y una idea que podía evolucionar una vez terminada la pandemia.

Otro de los problemas que trajo consigo el teletrabajo del 2020 fue el control del hogar; la intromisión en lo que debería ser un templo seguro. Son cientos las novelas sobre futuros distópicos donde los ciudadanos están constantemente vigilados por un gobierno autoritario, pero al final la vigilancia nos ha llegado a través de amigables y coloridas apps que dicen abogar por un mundo mejor juntos, mediante un icono verde que asegura que te encuentras presente al otro lado de la webcam.

Página principal de la app Pragli.

La multinacional PricewaterhouseCoopers recibió críticas por la tecnología que empleó para reconocer facialmente a sus trabajadores a través de la web, obligando a dar una razón por escrito por cualquier ausencia, incluidas las visitas al baño. La solución a este problema tiene que proporcionarla la ley y, de momento, en España, la interpretación del artículo 20 del Estatuto de los Trabajadores dice que estos mecanismos invasivos son legales siempre y cuando el trabajador sea consciente de que existen. El resumen es que ahora mismo este problema no tiene solución, como tampoco lo tiene el problema de la inseguridad en el hogar.

Hay víctimas de violencia doméstica que se sienten atrapadas durante la pandemia, más niños y niñas sufriendo online a causa del confinamiento y una infancia azotada por los altos niveles de estrés durante el Covid. Multitud de ONGs como Mind, Rise o Barnados en Reino Unido tienen páginas web dedicadas a la salud mental y la seguridad en casa de niños y jóvenes. Quienes antes sufrían esta pesadilla ocho horas al día, ahora lo hacen veinticuatro, y mientras tanto estudian o trabajan.

Juegos como "Polis y Cacos", el Parchís y el Grand Theft Auto nos enseñan que el hogar es un sitio seguro donde puedes escapar de los problemas del exterior. Desde pequeños somos conscientes de que el hogar debería ser nuestro templo, como así dictaminó Reino Unido en el Public Health Act 1875, pero pronto descubrimos que eso no es así siempre. El confinamiento y el teletrabajo impuestos por el coronaverso han empequeñecido las paredes de nuestro hogar, han cambiado nuestras vidas y nos han cambiado a nosotros. Lo que pensábamos que sería un sacrificio de unos días se ha convertido en algo que nos ha modificado por dentro, y ya no se puede asegurar que haya vuelta atrás.

Capítulo 3 - Un Mundo Post Covid

Hemos hecho un viaje largo y tortuoso hasta llegar aquí, seleccionando pequeños capítulos de la historia de la humanidad que han sido protagonistas directos o indirectos de nuestra visión de este Mundo Post Covid.

Durante los primeros días de esta nueva era, tratando de ver luz entre tanta oscuridad, fuimos conscientes de una unión planetaria nunca vista hasta entonces. Llegó de puntillas el concepto de coronaverso que unía bajo un mismo paraguas a todos los continentes del globo. Como en los universos compartidos de sagas de ficción, coleccionábamos noticias y anécdotas que tenían lugar en China, Brasil y Bélgica que podíamos ordenar en una misma línea temporal de la que formábamos parte. El coronaverso había acabado con las conversaciones de ascensor y nos había convertido a todos en vecinos. En los artículos de opinión de muchos periódicos se leía: "Saldremos mejores de esta pandemia"; las redes sociales se llenaban de historias vecinales de cooperación y solidaridad; y el lema Think Global, Act Local se tomaba prestado del ecologismo y el urbanismo para aplicarse a los actos de la nueva sociedad. Había muerte en las calles, pero había esperanza. La gente aplaudía en los balcones.

Aplausos en los balcones, por la Cadena SER.

Estábamos preparados para vivir todo aquello como una anécdota, pero los días se hacían cada vez más largos, las manos se cansaban, y los balcones se callaron. La sociedad que iba a salir mejor de esta catástrofe, que había hecho un pacto con el diablo para acabar con sus problemas, acabó por encontrarse con el diablo metido en casa. Las noticias se fueron oscureciendo y se llenaron de violencia, miedo y conspiracionismo. Cuando se apagaron las palmas, se encendieron los gritos. Nos habíamos convertido en Bastian, encerrados en un mundo que agonizaba, alimentándonos de nuestra propia depresión y hundiéndonos cada vez más en arenas movedizas.

El individualismo insignia de occidente nos ha convertido en los protagonistas de una película postapocalíptica desnuda de su elemento pop. Caminamos por este mundo post Covid en un ambiente menos parecido a una película de zombies y más a películas como Bird Box. El alcalde de Colorado City, Tim Boyd, dimitía de su cargo tras escribir un post en Facebook que resumía el pensamiento de la sociedad hacía la que nos dirigimos. Tras una tormenta que dejó a millones de personas del estado de Texas sin electricidad, el alcalde de Colorado City les decía a sus ciudadanos, entre otras cosas, lo siguiente: "No es responsabilidad del gobierno local ayudarte en momentos como este. [...] Si no tienes electricidad, levántate y pon un plan en marcha para tener a tu familia caliente y segura. [...] Solo los más fuertes sobrevivirán, y los débiles morirán.

La desigualdad entre clases es cada vez mayor. Hay quienes se enfrentan a estos problemas vendiendo sus casas en la ciudad y marchándose al campo a esperar a la próxima pandemia en sus jardines y en sus oficinas en casa. Mientras tanto, hay quienes lo harán en casas dignas de las páginas de elzulista o de las back-to-back de la Revolución Industrial. Habrá algunos que se alegrarán de no tener que pagar tanta gasolina, y otros que tendrán que acudir a una ONG que les ayude a superar sus crecientes problemas de salud mental mientras su jefe les vigila a través de una app que quiere hacer un mundo mejor.

Sea como sea, saldremos de esta pandemia diferentes. A todos y cada uno de nosotros nos habrá dejado una herida abierta que tardará más o menos en cicatrizar. No nos habrá convertido en mejores personas, aunque tampoco necesariamente en peores, pero lo que esperábamos que fuera una anécdota sobre cómo sobrevivimos a unas peluquerías cerradas y unos supermercados sin papel higiénico se ha convertido en un punto de no retorno hacia algo desconocido a nivel global, local y personal.

Hablaba Raúl Minchinela en su artículo sobre los safaris de cercanías. Lo hacía al hablar de la presentación de la novela Las Ganas de Santiago Lorenzo y decía que "por su historial de director de cine, [Santiago] busca localizaciones para sus historias, y contaba su desagrado porque los policías le piden identificación por mirar jardines desde la valla y pasear aceras entre comercios." Un mundo donde la gente camina a un metro de distancia unos de otros por la calle, donde los abrazos y los besos se han prohibido, y no te dejan montarte en un avión sin un documento que acredite que estás sano, es también un mundo donde estos safaris de cercanías han caído en desgracia. Mamparas de metro y medio nos separan de los cajeros en los supermercados, nos cruzamos con más gente con la cara cubierta que sin cubrir, y a los niños se les ha prohibido darse muestras de cariño en las guarderías. Todos ellos son sacrificios indispensables para que esta pesadilla acabe más pronto que tarde, pero no es menos cierto que todos ellos van dejando un poso en cada uno de nosotros que nos va cambiando poco a poco. Los jardines ahora se verán desde Google Maps como hizo Saroo Brierley, y no desde la valla.

Termino de escribir estas líneas sin que nada de esto haya terminado, y con la sensación de que nunca va a terminar. Termino de escribir este ensayo que me ha ayudado a que todos estos razonamientos no se perdieran en mis procesos mentales diarios, y que me ha servido un poco como una mini terapia que me ayude a cicatrizar la huella que esta pandemia ha dejado en mí. Toca observar y seguir tomando apuntes.




Un Mundo Post Covid - Parte 2 - La Nueva Sociedad

En la primera parte de esta serie de artículos hablábamos de cómo la crisis del coronavirus había creado un coronaverso en el que se mezclaba lo local con lo global y unía a todo el planeta bajo una misma tragedia. Decíamos que el confinamiento nos había abierto la ventana hacia un universo expandido en el que se trazaba una línea continua entre los mercados de China, las favelas de Brasil y las calles de tu ciudad, haciéndonos partícipes de un vecindario en expansión en el que se compartían los mismos temas de conversación. Explicábamos cómo la antropología relacionaba estas conversaciones con el instinto de supervivencia, cómo las tragedias tendían a unir a la gente y cómo el ecologismo ya había visto en el cambio climático esa tragedia global que nos uniría a todos.

Sin embargo, conforme pasaban los días, una paradoja siniestra se hacía más evidente. El coronaverso que había llegado para unir a todo el planeta, para dar un giro a nuestra sociedad y hacernos mejores vecinos encerraba un terrible secreto. Al fin y al cabo, una tragedia es una tragedia, y buscar algo positivo en ella es hacer un pacto con el diablo. Decíamos que la sed por las tragedias que dan temas de conversación es en parte lo que nos hace fantasear con sobrevivir en un futuro postapocalíptico, pero es una vez dentro de esa fantasía cuando preferiríamos no estar en ella. El coronaverso que lo unió todo pasaría poco a poco a separarnos a todos, y la materialización de esa paradoja se haría evidente en distintas fases. Hablando de fantasías, empezaremos esta primera fase con La Historia Interminable.

Capítulo 1 - Catorce Días

La Historia Interminable es una novela escrita por Michael Ende en 1979. Nos cuenta la historia de Bastian, un niño de unos doce años que vive una vida triste, aburrida y anodina. Su madre ha muerto de una enfermedad, la relación con su padre podría mejorar y otros niños le hacen bullying en el colegio. La única escapatoria la encuentra en un libro que roba de una librería. Ese libro cuenta la historia de Fantasía, un mundo que se ve atacado por una entidad sin forma llamada La Nada, la cual hace desvanecer todo cuanto alcanza. La explicación que la propia novela da sobre esta entidad es ambigua, y durante la historia los personajes dejan claro que se trata de algo más oscuro y más incomprensible de lo que a simple vista pueda parecer.

La Nada, por Bern Foster, en los títulos de crédito de La Historia Interminable (1984).

Volviendo a la vida de Bastian, esta Nada funcionaría como una representación de una depresión que lo está consumiendo por dentro; algo también oscuro, incomprensible y difícil de explicar con palabras. Durante los títulos de crédito vemos un remolino de nubes oscuras que posteriormente reconoceremos como la Nada, pero justo tras los títulos de crédito Bastian despierta de un sueño y le dice a su padre que acaba de soñar con su madre. "No tenemos que dejar que la muerte de mamá sea una excusa para no trabajar" le responde su padre, y sigue diciendo: "Deja de soñar despierto y empieza a hacer frente a tus problemas". La Nada no solo amenaza con acabar con Fantasía, sino también con la inocencia, la imaginación y la infancia de Bastian, y la metáfora que ha elegido La Historia Interminable para materializar este sentimiento es la desaparición de cosas, de gente, de todo sin aparente explicación.

La crisis del coronavirus ha sumido a muchos de nuestros vecinos en una profunda depresión, y la Nada ha sido la primera causante de ello. Todo empezó con la paulatina desaparición de seres queridos, que se desvanecían en las residencias sin poderles decir adiós. No había un cuerpo que despedir, no se hacía un evento en el que el protagonismo recayera sobre su último viaje, ni se compartía el luto para facilitar el proceso de aceptación de la muerte. No había Nada. De repente, alguien que hasta hace unos días jugaba a las cartas, sonreía a las visitas y gozaba de una salud suficiente como para dar un paseo por el barrio desaparecía para siempre. La situación se repetía cientos de veces en todo el planeta. Pronto serían miles.

No solo desparecían los que se iban para siempre. En los lugares de trabajo poco a poco había menos gente. En los colegios había niños que dejaban de venir. Había menos personas por las calles. Muchos de ellos aparecían a los pocos días, pero el tiempo que duraba el vacío que dejaban no estaba exento de cierta incertidumbre. Cada día había una noticia de un joven de veinte años, una enfermera de treinta o un adulto de cincuenta sin problemas de salud que un día abandonó el lugar de trabajo para no volver más. Eran catorce días que podían hacerse largos. Para el mundo era una persona la que había desaparecido, pero para esa persona era el mundo entero el que había dejado de existir.

La Nada podía hacer desaparecer a cualquier persona en cualquier momento, pero igual que con Bastian, también podía hacer desaparecer cualquier brote de esperanza y de imaginación. Simultáneamente, la Nada arrasaba con cines, teatros y ágoras vecinales. Se tragaba todos los eventos deportivos, todos los conciertos y todas las fiestas patronales. Nos iba encerrando poco a poco en una monotonía agobiante. El coronaverso había unido al planeta entero para sumirle en una profunda depresión social, mental y económica. La tragedia que nos había reunido en los balcones nos ofrecía unas vistas privilegiadas a la Nada. Pero la Nada, como la tragedia, también se hizo pop.

Foto tomada el 12 de marzo en un Aldi de Reino Unido.
Foto tomada el 12 de marzo en un Aldi de Reino Unido.

Al mismo tiempo que a nuestros seres queridos, nuestras fuentes de entretenimiento y los locales comerciales de nuestras ciudades, la Nada arrasaba con ciertos rincones de nuestros supermercados. Las estanterías de la harina, los huevos, las latas, la pasta y el papel higiénico fueron las primeras en vaciarse. Las redes sociales hervían con fotos del acontecimiento. El icono de la tragedia pop, que hasta hace un par de años era la chica haciéndose una foto con las revueltas de Paris, pasaban a ser esas estanterías vacías. Había quien creía haberse teletransportado al parque temático de la catástrofe medioambiental que llevaba años anunciándose. La fantasía del mundo postapocalíptico se había hecho realidad.

Cuando Bastian viajó por fin a Fantasía y de forma platónica dio un nombre a la Emperatriz Infantil para parar a la Nada, esta le hace entrega de Auryn, un medallón que le permite cumplir sus deseos. Para luchar contra su depresión y su monótona existencia, Bastian no desea otra cosa que vivir peligrosamente, enfrentándose a peligros y viviendo aventuras. El problema era que con cada deseo que veía cumplido se borraba uno de los recuerdos del mundo real. 

Nosotros, como sociedad, nos habíamos olvidado por un momento de los seres queridos que seguían desapareciendo a miles cada día, pero habíamos cumplido uno de nuestros deseos más siniestros: por fin estábamos viviendo en un apocalipsis zombie.

Capítulo 2 - Dos metros

George A. Romero nos dio La Noche de los Muertos Vivientes en 1968 y cambió la historia del cine. En un cementerio de Pennsylvania los muertos se levantan de las tumbas y empiezan a atacar a los vivos para comérselos. La premisa no podía ser más sencilla, y quizás por eso mismo se repetiría con algunas alteraciones durante todos los años siguientes. La importancia de esa película recayó sobre todo en el contraste con otras películas de terror de la época y su nexo en común con una sociedad estadounidense al borde del colapso.

Fotograma de La Noche de los Muertos Vivientes (1968).

En Hollywood, las historias de monstruos y fantasmas se asociaban a Europa hasta que llegó George A. Romero. El Hombre Lobo era un monstruo británico, Frankenstein era un doctor de procedencia y apellido alemán y Drácula no era un vampiro de Pennsylvania, sino de Transylvania. Para Hollywood, el terror estaba fuera, así lo habían vivido durante las dos guerras mundiales. Los 60, en cambio, serían algo muy distinto para Estados Unidos. La Guerra Fría y sus guerras adyacentes traerían una pequeña parte del terror extranjero a su propio país, en una variante mucho más psicológica que física, y la saga de Romero iba a explicar perfectamente este proceso. La primera parte de esta saga es un espejo de la guerra de Vietnam.

La guerra de Vietnam fue el símbolo de una sociedad en declive. Durante la segunda mitad de la década las protestas pacíficas en contra de la intervención militar en Vietnam se habían transformado en movimientos radicales cada vez más violentos. Asimismo, la parte más antibelicista de la población era más visible, más ruidosa y más grande, en constante lucha contra lo que consideraban una mayoría silenciosa que prefería ignorar la debacle social de su alrededor en favor de una comodidad con la que se alimentaban a través de la propaganda mediática. Otra lucha ligada a estos movimientos fue la lucha contra la discriminación racial, que iba a polarizar a la sociedad estadounidense todavía más.

En esa misma década se promulgó la Ley de Derechos Civiles de 1964, que acabó legalmente con la segregación racial, y murieron asesinados Malcolm X Martin Luther King en 1965 y 1968 respectivamente. Muhammad Ali se convirtió en icono de ambas luchas diciendo la ya famosa frase de: "Ningún vietcong me ha llamado nunca negrata." Romero dijo no tener intencionalidad política al elegir para uno de sus protagonistas al afroamericano Duane Jones pero sí dijo que: "Todo el mundo tenía un mensaje. Eran los 60." Por eso mismo, a pesar de que Ben, el personaje de Jones, se transforma en el protagonista principal de la película cuando salva a Barbra de ser comida por los zombies que mataron a su pareja, no existe ningún momento que subraye el mensaje racial de esta decisión de casting. No es hasta el final cuando después de haber sobrevivido al ataque de los muertos vivientes, Ben es asesinado por un grupo de hombres blancos armados con rifles. "Eran los 60", que diría Romero.

Tampoco fue ninguna casualidad que, en los 70, Romero trasladara a los zombies a un centro comercial, y en los 80 a un bunker militar, donde los zombies, ahora más inteligentes, parecían las víctimas de un apocalipsis nuclear. Desde que nacieron los zombies tal y como los conocemos hoy en día, han representado a la mayoría silenciosa de cada década, y hay quien no encuentra nada más gratificante que considerarse aquel que lucha contra ella.

El psicólogo infantil Steven Schlozman dice que: "Toda esta incertidumbre y todo este miedo se juntan y hace que la gente piense que quizás la vida sería más sencilla después de una tragedia. Hablo con niños en mi trabajo y dicen que lo verían como algo bueno. Dicen que no habría deberes, no habría exámenes de acceso al instituto, no habría colegio... solo tendrías que sobrevivir un día más." Súmale a eso todas las complejidades del mundo moderno llegada la edad adulta y tendrás una razón para vivir en un mundo postapocalíptico. Sin embargo, nunca nos imaginamos como el cuerpo que es devorado en mitad de la calle, sino como el superviviente que camina sigiloso entre los coches abandonados. Somos Bastian viviendo aventuras olvidándonos de la realidad que lo rodea cada día que se levanta pensando en su madre. Somos quienes compramos el último rollo de papel higiénico en el supermercado después de subir una foto de nuestra hazaña a las redes sociales, y no el que muere entubado en una cama de hospital alejado de su familia.

Otra constante que se repite en las películas de zombies es la desconfianza hacia otros supervivientes. No te fías de aquel que quizás solo esté interesado en robarte la comida, no estás seguro de que el desconocido que acabas de conocer no esconda un mordisco debajo de la camiseta y no te transmite confianza el líder de una ciudad amurallada que parece haber creado un paraíso en el infierno. La mayoría de futuros postapocalípticos separan a los seres humanos, los hacen desconfiados y los aíslan, y aun así se fantasea con ello, como los preparacionistas que almacenan comida para un año y construyen un bunker secreto en un bosque cercano. Fantaseamos con la soledad, con la ruptura de obligaciones sociales y el aislacionismo. Pero, como con las tragedias, fantasear con todo eso es hacer un pacto con el diablo.

Imagen de Paul Mirto vista en Downeast.com

El coronaverso nos ha separado dos metros de todos aquellos que no conviven con nosotros, nos ha prohibido tocar a otras personas, a abrazar, a besar, y nos ha hecho replantearnos la soledad postapocalíptica. Hay quien no ha visto a su familia en meses, hay quien ha salido de su bunker solo para comprar y el resto del tiempo lo ha pasado hundido frente a una pantalla en casa, y hay quien echa de menos poder volver a abrazar a alguien. El mundo, poco a poco, arrasado por la Nada, se sume en una depresión colectiva. El apocalipsis zombie no podía ser menos romántico.

Ahora, el que cubre el mordisco del zombie es el que sale a la calle siendo sintomático porque necesitaba comprar pan, el que desconfía de otro superviviente porque desconoce sus intenciones es el que le pide a su vecino enfermero que se busque una casa en otro edificio, y el que monta una fiesta con música y luces que acaba atrayendo a los zombies sigue siendo el que monta una fiesta con música y luces. La relación entre las historias postapocalípticas y la realidad social en la que son creadas sigue siendo un nexo de unión imprescindible para que funcione su relato; y de la misma forma que el abismo al que se asomó el mundo en los 60 tiene consecuencias directas en nuestro presente, el avance que supuso La Noche de los Muertos Vivientes tiene su eco en las películas que consumimos hoy en día.

Estados Unidos sigue padeciendo los mismos problemas que padecía ya en los 60, y la saga de Romero sigue igual de vigente, pero quizás haya otra película del 2018 que resuma los terrores de las nuevas generaciones de forma más directa. Una película que no solo habla de la separación de cada uno con el resto del mundo como hacía La Historia Interminable, o con el resto de la población como hacía la saga de Romero, sino que nos habla de la separación que hacemos cada uno de nosotros con nosotros mismos, algo que este mundo post Covid también ha traído consigo. Esa película es Bird Box.

Fotograma de Bird Box (2018).

Capítulo 3 - Veinte segundos

El coronaverso ha presenciado el nacimiento de multitud de vídeos virales, como el de Gloria Gaynor lavándose las manos al ritmo de I Will Survive. La idea es que para eliminar los microbios que pudiéramos tener en nuestras manos, la parte de nuestro cuerpo con la que vamos a tocar y hemos tocado todo, has de lavarte las manos durante un largo periodo de tiempo que diversos países y organizaciones mundiales han acordado en estimar en unos veinte segundos. Es una cantidad de tiempo más larga de lo que pudiera parecer y, para no perder la cuenta ni caer en el tedio, hay quien recomienda cantar canciones que duren veinte segundos durante el proceso. Por ejemplo, a los niños se les ha recomendado cantar Cumpleaños Feliz dos veces de principio a fin, pero yo me quedo con Gloria Gaynor.

Esta es solo una de las herramientas que hemos encontrado para involucrar a los más pequeños en la enorme lista de hábitos y comportamientos que tendrán que memorizar poco a poco. Salvando las distancias, hay paralelismos con la premisa de La Vida es Bella (1997) y la manera en la que Guido crea toda una fantasía alrededor de un campo de concentración para que su hijo Giosuè no sea consciente de los horrores que le rodean. Los padres confinados con sus hijos durante meses han tenido que hacer malabarismos parecidos para explicar a los más pequeños qué estaba sucediendo sin inculcarles una posible fobia a salir a la calle, y más de lo mismo habrá que hacer para explicar a esos mismos niños por qué ahora todo el mundo lleva mascarilla por las calles o por qué no pueden ir a ver a los ancianos igual que antes.

Virales como el vídeo de Gloria Gaynor han inundado las redes estos días, y el periodo de confinamiento ha hecho que el empacho de pantallas sea aún mayor. Si ya existía cierta preocupación respecto a la adicción a las redes sociales que manifestaban ciertos adolescentes, durante el confinamiento este problema se ha acrecentado, se ha expandido entre los adultos, y varios estudios lo relacionan con problemas de salud mental. La depresión, el miedo y un excesivo número de horas expuestos a las redes sociales se dan la mano encerrados en casa; aislados.

Que los problemas de salud mental iban a verse acrecentados por el coronavirus era predecible, por multitud de factores. Quizás menos predecible era que estos nuevos pacientes iban a sufrir un contratiempo en un mundo donde los hospitales están colapsados y son enviados a casa para que sus camas las ocupen enfermos con Covid. Que personas con un diagnóstico de salud mental sean enviadas a encerrarse en casa, o quizás ni siquiera sean admitidas en primer lugar, es un caldo de cultivo peligrosísimo para crear un sentimiento de desasosiego entre sus cuatro paredes.

En el otro extremo, están aquellos que prefieren no creer en lo que está sucediendo, que encuentran confort en la ignorancia o en la creencia de que todo lo que ocurre es fruto de un plan de un grupo de poderosos. Lo expresó perfectamente Laurie Penny en New Statesman cuando, hablando de las conspiranoias respecto a Game of Thrones en 2016, escribió: "El problema con la mayoría de las distopías es que son demasiado predecibles. Nos ofrecen mundos donde, a pesar de lo horribles que se pongan las cosas, al manos alguien está al mando. Son reconfortantes por esa razón, de la misma manera en que las teorías de la conspiración son reconfortantes. Es menos angustioso creer que una raza de reptilianos está controlando el destino de la raza humana que creer que nadie la está controlando en absoluto." Creer en una teoría de la conspiración es mucho más relajante que creer en el caos, y te permite formar parte de quien lucha contra una mayoría silenciosa: te pone en la piel del superviviente y no del zombie, aunque sea a raíz de la fantasía que te proporciona un medallón que te hace olvidar la realidad.

El mundo post Covid nos ha hecho vivir una pesadilla en la que se mezclan todos los monstruos del mundo moderno. Bird Box es la película que consigue aunar la bajada a los infiernos, la convivencia con los niños que no pueden entender lo que ocurre, el miedo a no sentirse lo suficientemente responsable como para hacer frente a los nuevos retos, algunos de los problemas causados por la adicción a las redes sociales, los problemas de salud mental y, quizás de refilón, un debate sobre la religión y las teorías de la conspiración. Todo ello, además, con la ayuda de un trozo de tela que les cubre una parte de su cuerpo, y la sensación de luchar contra algo invisible que no se puede controlar.

"La incapacidad de la gente para conectarse", el cuadro pintado por Malorie en el primer flashback de Bird Box.

Bird Box avanza en una nueva corriente del cine postapocalíptico que separa al ser humano de sí mismo. A Quiet Place (2018), Hush (2016) y Don't Breathe (2016) exploran el terror a través de la pérdida del oído y el habla. Bird Box avanzó en esta dirección creando terror a través de la pérdida de la vista mediante la adopción de un nuevo hábito que no ha de ser olvidado.

El coronaverso nos ha hecho explorar la ansiedad a través de la pérdida del tacto. Potencialmente, cualquier cosa que toquemos en nuestro día a día puede contagiarnos el Covid. Debemos de tenerlo siempre presente pues podría ser una cuestión de vida o muerte, bien para nosotros, bien para alguien con el que vayamos a estar. Hemos tenido que crear el hábito de lavarnos las manos durante veinte segundos para, literalmente, deshacernos de un microorganismo que, potencialmente, nos ha intentado infectar. Hemos asumido que estamos al borde del contagio varias veces al día. No tocamos las manos de otras personas, nos desinfectamos antes y después de entrar a un recinto cerrado, y nos cubrimos la boca y la nariz casi en todo momento. Poco a poco estamos cambiando. No solo es la sociedad la que está cambiando; también cada uno de nosotros.

Los niños pequeños que están jugando al coronaverso como hubiera jugado Giosuè han creado nuevos hábitos que puede que no desaparezcan o que, a largo plazo, les cree dificultades para relacionarse. Hay niños a los que se les está prohibiendo abrazarse en las guarderías, que ya se apartan dos metros de cualquiera que se cruce con ellos por la calle, o adolescentes que tienen pánico a salir de casa.

Hemos hablado de cómo el coronaverso nos ha unido a todos como planeta, pero nos ha separado como sociedad, y nos hemos acercado de puntillas a cómo esta pandemia nos ha afectado como individuos. En la siguiente y última parte haremos un viaje hacia dentro: hacia nuestra casa, convertida ahora en nuestro universo, hacia nuestro trabajo, fusionado ahora en ocasiones con nuestro ocio, y hacia nosotros mismos. Haremos un pequeño safari en nuestro salón, viajaremos alrededor de nuestro dormitorio y echaremos un vistazo hacia el interior para averiguar en qué nos estamos convirtiendo. 





Un Mundo Post Covid - Parte 1 - El Coronaverso

La crisis del coronavirus me encontró viviendo y trabajando en el Reino Unido con una hija de dieciocho meses y una mujer embarazada de veinte semanas. Durante estos días, como todo el planeta, he atravesado distintas fases y situaciones en las que mis opiniones cambiaban en cuestión de segundos de un extremo a otro. Este torbellino de pensamientos me ha preparado de forma superficial para entrar en este nuevo mundo en el que coexistiremos. Para evitar que estos razonamientos se pierdan en mis procesos mentales diarios los escribo en este blog separados en tres artículos, de los cuales el primero es este, y del cual su primera parte la siguiente.

Novel Coronavirus SARS-CoV-2, imagen capturada y coloreada en NIAID's Rocky Mountain Laboratories - https://flic.kr/p/2ivephH

Capítulo 1 - El Coronaverso

En los albores de la nueva normalidad, antes de que Europa aplicara cualquier tipo de confinamiento, las primeras noticias que llegaban eran las de cancelaciones de grandes eventos. Fue en uno de esos artículos donde leí la palabra coronaverso en su versión inglesa. Entonces solo fue una pequeña curiosidad y me olvidé de apuntar dónde la vi por primera vez, pero con el tiempo llegué a darme cuenta de que en realidad era la palabra que resumía el tiempo en el que íbamos a vivir.

Urbandictionary.com la define como "el nombre dado a la humanidad en un mundo post Covid-19". Etimológicamente, la palabra proviene de universo; probablemente de la acepción que se refiere al "conjunto unitario de elementos inmateriales que pertenecen a una determinada actividad" pero quizás está en el origen de la palabra universo la respuesta al concepto de coronaverso. Es una palabra que proviene del latín, de uni- (uno) y -vertere (participio de "girar"), que pasó a significar "combinado en uno". Es el proceso de combinación en uno, de cambio, de unidad que da sentido al concepto de coronaverso. Es un giro. Es una nube que va a volar sobre toda la humanidad combinándola en un solo ente. Es todo. Aunque sería engañar a la verdad si no admitimos que el concepto proviene a su vez de las nuevas tendencias de Hollywood promovidas por Marvel.

Los conocidos como "universos compartidos" no son algo inventado por Hollywood. Es un concepto que nació en la literatura y que podríamos encontrar hasta en los escritos de Platón, aunque fue en el mundo del cómic donde esta idea pudo brillar con luz propia. El especialista en dibujos y escritor para Disney Comics Don Markstein se preguntó en 1970 cuándo fue la primera vez que la palabra universo fue empleada por primera vez con esa acepción, pero la pregunta pareció quedar sin una respuesta clara. Posteriormente, del mundo del cómic aterrizó en el mundo del cine de la mano de Marvel, la misma marca que había explotado y exprimido la idea en su versión impresa. Aunque hay varios ejemplos cinemáticos anteriores, desde los monstruos de la Universal a Freddy vs Jason pasando por Jay y Silent Bob o Godzilla, es con la llegada del Marvel Cinematic Universe cuando el concepto de "universo compartido" ve su momento de gloria y se queda a vivir en el imaginario popular.

Infinity Saga Release Timeline por el usuario Gooey98 de Wikimedia. 

Las razones por las que el concepto de universo compartido es tan bien recibido por el público son varias. En el artículo Marvel and DC on the need (or lack thereof) for a Shared Universe de James Whitbrook para Gizmodo, un comentario de lightninglouie explica una de esas razones: "El concepto de universo [...] funciona como una marca y un mundo al mismo tiempo. [...] El público se fía de que el estudio cree historias entretenidas, por lo que se anima a ver películas como Guardians of the Galaxy, que habría sido más difícil de vender como un proyecto en solitario." La razón empresarial por parte de los creadores del universo es muy sencilla de entender. Es la misma razón por la que existen las marcas y por la que existen las secuelas, pero el concepto de universo compartido resulta mucho más atractivo que una secuela. ¿A qué se debe esto?

Una secuela es la continuación de una película anterior. Es una línea temporal que suele ser vista en línea recta. Una precuela estaría en esa misma línea temporal, horizontal, plana. Esa saga de películas pasaría a convertirse en una vecina, una conocida o una amiga. Habríamos hecho una amistad con una película y la iríamos conociendo a fondo según nuevas secuelas y precuelas nos fueran proporcionando nueva información sobre ella. Cada vez que se estrenara un nuevo capítulo de la saga iríamos a verlo como si volviéramos a quedar con nuestra amiga para que nos actualizara con todo lo que le hubiera pasado desde la última vez que nos despedimos de ella. Tendríamos con ella una relación a distancia como las que existían antes de la era de Internet.

Un universo compartido en cambio es un grupo de amigos. A veces quedas con uno a solas, a veces con dos y a veces con todos. Otras veces llega un nuevo amigo que, al formar parte del mismo mundo, te fias de que sea tan entretenido como el resto y te aventuras a pasar un rato con él. Al darte cuenta de que no solo existe una persona en este mundo, sino muchas y cada vez más, dejarás a un lado esa experiencia solipsista de la relación a distancia con una sola amiga, y abrazarás a todo un universo en constante expansión que, de repente, se ha puesto a tu entera disposición. Todo un universo al alcance de tu mano que no recordabas o no sabías que existía.

El concepto de coronaverso bebe mucho del concepto de universo compartido ya establecido en el imaginario popular. Hasta ahora, todos parecíamos vivir vidas separadas con problemas diferentes. Cada país, cada provincia, cada ciudad, cada barrio, cada familia, cada persona parecía seguir caminos separados unidos únicamente por rutas comerciales. Solo breves acontecimientos que funcionaban como una nube momentánea parecían unir dos vidas que avanzaban paralelas sin tocarse: una catástrofe, un evento internacional, el clima, una fiesta, una anécdota... Todo este modus vivendi era así hasta que llegó el coronavirus y lo unió todo bajo un mismo coronaverso. El universo se expandía bajo nuestros pies y lo abarcaba todo.

Para entender mejor el cambio dramático que se acababa de producir tendremos que hacer un viaje al lugar donde se fraguó el concepto, al cómic, pero no nos dirigiremos a Marvel; nos iremos a un lugar mucho menos complejo, mucho más cercano y mucho más encapsulado: el 13 Rue del Percebe.

Capítulo 2 - Conversaciones de Ascensor

13 Rue del Percebe es una historieta creada por Francisco Ibáñez en 1961 que acabó en 1970. Durante sus más de trescientas entregas pudimos ver cómo se vivía en el edificio número 13 de Rue del Percebe. El edificio tenía seis viviendas, una buhardilla, una portería, un ascensor, una tienda y una alcantarilla. Cada una de estas instancias funcionaba como una viñeta independiente de las demás por lo que podías leerlo en el orden que quisieras. Seguro que habrá quien, en algún tomo recopilatorio, decida leerse solo las viñetas de una de las viviendas porque sea su favorita. Como norma general esa persona no tendría ningún problema pero en algunas ocasiones se encontrará con un dilema.

A veces había viviendas que interaccionaban entre sí y dos viñetas independientes pasaban a convertirse en una sola, pues una era dependiente de la otra y al aislarse perdían significado. En ocasiones eran todas las viñetas las que dejaban de ser independientes y el edificio entero pasaba a ser una sola viñeta donde todo interaccionaba entre sí. Como lector, eran estas páginas las que más disfrutaba. Ter explica estas conexiones en su vídeo 10 Dibujos en sección que todo arquitecto debería conocer durante el minuto y medio del que he copiado este diagrama.

Diagrama de Ter sobre 13 Rue del Percebe.

Son estas páginas las que recordaban a cada vecino que formaban parte de un universo compartido. Generalmente, la excusa para crear este efecto solía ser una tragedia: una inundación, un terremoto, una invasión extraterrestre, un robo o un incendio, como en este caso. La vida de los vecinos, por extravagante que fuera, se aislaba del resto excepto si se veía forzada a relacionarse con la de otros. Una tragedia te empuja al mundo exterior, te expulsa de tu zona de confort y te obliga a encontrar cobijo en los brazos de la sociedad. Sin una tragedia, esa salida ha de ser voluntaria y es conocido por todos que una gran parte de la sociedad, desde hace mucho tiempo, se encuentra más cómoda en el individualismo que proporciona el actual sistema social. Los vecinos pasan a ser viñetas que coexisten en un mismo espacio pero de las que solo tenemos consciencia cuando nos los encontramos en el ascensor, aunque incluso ese breve instante de interacción social se ha convertido en un lugar común de las situaciones incómodas. Precisamente son las conversaciones de ascensor uno de los pilares para apreciar el concepto de coronaverso.

La charla trivial, la cháchara o el small talk en inglés ha sido objeto de estudio de la sociología desde hace un siglo. Así lo expresa el escritor David Roberts en su artículo Why small talk is so excruciating para Vox, donde escribe que el primero que descubrió el enlace entre las charlas triviales y los vínculos sociales fue el antropólogo Bronisław Malinowski en 1923. La sociología empezó a dar más importancia a estas charlas en la década de los 70, históricamente consideradas el grado más bajo de nivel de conversación, hasta convertirlas en un ritual vital para mantener el tejido social.

Una de las funciones del lenguaje según el modelo del lingüista Roman Jakobson es la función fática, o función relacional, cuyo propósito es iniciar, prolongar, interrumpir o finalizar una conversación o sencillamente comprobar si existe algún tipo de contacto. El small talk es conversación fática en estado puro. No hay información, solo contenido. Es un ritual que encuentra su máximo exponente en la experiencia claustrofóbica de encerrarse con un desconocido o con un vecino en un ascensor.

Self in the elevator de Georgie Pauwels.

El tema más común en este tipo de situaciones es el tiempo atmosférico. Es la nube literal que une a una sociedad. Dos individuos independientes entre sí, encerrados en un espacio reducido, empujados a unirse durante un breve instante, encuentran confort en el tiempo atmosférico. Es el primero si no el único vínculo que han encontrado entre ellos. Quizás sean dos vecinos que no sepan nada uno del otro pero encuentran en el calor agobiante, en la lluvia repentina, en la tormenta ensordecedora de anoche, en el buen tiempo o en el arco iris un vínculo, una unión que los hace a los dos coexistir en un mismo universo. Sin embargo, esta conversación se vería sustituida por otra de haber sucedido una tragedia.

Un incendio en el local de debajo del edificio como ocurría en 13 Rue del Percebe pasaría a ser la conversación de ascensor durante varias semanas en el edificio. Una inundación, un terremoto, una invasión extraterrestre, un robo o un incendio son tragedias que harían que todas las conversaciones de ascensor dejaran de ser incómodas. Habría reuniones en los pasillos, charlas durante horas en los rellanos, cabezas asomadas a las ventanas del patio interior y personas haciendo vida en los balcones hablando sin parar del nuevo acontecimiento. El edificio habría dado un giro y habría unido a los vecinos en un mismo universo (de uni- y -vertere) compartido. Poco a poco, esta excitación se iría disipando hasta convertir todo en un recuerdo y las conversaciones de ascensor volverían a tratar sobre el sol, la lluvia y el arco iris, y los vecinos volverían a encerrarse en el solipsismo de sus hogares hasta que la siguiente tragedia volviera a expulsarles de allí. ¿Es esta sed por que una tragedia nos empuje de nuestra zona de confort por la que a veces fantaseamos con sobrevivir en un futuro postapocalíptico? ¿O por la que existen los preparacionistas? Pues no lo sé.

Lo que sé es que en el coronaverso no existen las conversaciones de ascensor, los patios interiores están llenos de cabezas asomadas y los balcones se han llenado de vida. Una tragedia internacional ha expulsado a todo el planeta de su zona de confort, aquellos que la tuvieran, y los ha obligado a enfrentarse a su pasado como animal social. A muchos los ha hecho conscientes de un mundo exterior y a otros se lo ha vuelto a recordar. La ausencia de conversaciones de ascensor es la ausencia de silencios incómodos. La antropología explica la intención de rellenar estos silencios con small talk como un instinto de supervivencia, pues se identifica al silencio como una señal de peligro, y ahora esos silencios ya no existen.

Pero aún hay más. Esos balcones no se han abierto solo para descubrirnos un universo local sino que nos han hecho ver que nuestras vidas no están vinculadas solamente a nuestro vecindario, o a nuestra provincia, o a nuestro país. Lo que antes eran universos que coexistían con nosotros pero que nos eran ajenos, que veíamos a través del televisor o leíamos sobre ellos en novelas de viajes, ahora iban a pasar a formar parte del mismo universo en expansión. Todos ellos. Al mismo tiempo. Y eran muchos más de los que podíamos imaginar.

Captura de Worldometer del 25 de mayo de 2020.

Capítulo 3 - Think Global

Worldometer lleva entre nosotros desde 2008, y en 2011 fue nombrada una de las mejores webs de referencia por la asociación de bibliotecas más antigua y grande del mundo, la American Library Association. Utilizando cifras estimadas basadas en los estudios estadísticos y proyecciones de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud o el Fondo Monetario Internacional entre otras, ofrece datos actualizados sobre decenas de categorías entre las que se incluyen la población mundial, nacimientos, fallecimientos, libros publicados, teléfonos móviles vendidos, búsquedas en Google, hectáreas de bosques perdidas o días que quedan para que se acabe el petróleo, por dar algunos ejemplos. A su vez, Worldometer se ha convertido en el punto de referencia en algunos aspectos para el Gobierno de Reino Unido, la Universidad de Oxford, la BBC, IBM o Amazon. Pero cuando Worldometer aterrizó en la persona de a pie fue en pleno coronaverso, creando una de las bases de datos más visitadas del mundo, aunque no exenta de crítica.

Sin adentrarnos en la parte polémica del proyecto, y atendiendo únicamente a su parte visual, Worldometer funciona como un balcón al mundo. A simple vista podemos tener una visión aproximada de cómo están evolucionando el resto de países respecto al coronaverso. Podemos conocer sus muertes diarias, sus recuperaciones, su número de casos por cada millón de habitantes y la cantidad de tests que se han realizado. Cumple así la función de índice a vista de pájaro desde nuestra terraza. Desde aquí podríamos acudir a nuestro medio de referencia y averiguar qué está pasando en Bélgica, leer cómo se está viviendo en las favelas brasileñas o investigar a qué se deben las diferencias de resultados entre Portugal y España. Toda la humanidad enfrentándose a una tragedia común, reunida en los balcones que son cada fila de esta base de datos, preguntándose cómo les está yendo a los demás.

No es raro el día en el que te encuentras hablando con tus padres por Whatsapp acerca de una anécdota que el coronavirus ha dejado en Nigeria, o debatiendo en el trabajo si el gobierno va a tomar las mismas medidas que se están tomando en Dinamarca, o mencionando en un Zoom con amigos cómo el virus está avanzando entre los barrios más pobres de la India.

En el mundo pre Covid-19, las noticias que hubieran llegado de Nigeria, Dinamarca o la India las hubiéramos recibido como algo que hubiese estado ocurriendo en un universo diferente al nuestro, pero ahora es algo que les está ocurriendo a nuestros vecinos y, dentro de la indiferencia que nos ha inculcado el sistema, lo sentimos un poco más cerca.

Fotograma de la saga The Matrix.

Desde la sala de mandos de nuestro salón teníamos acceso a la información del mundo. Nos sentíamos con el poder de la habitación del Arquitecto en The Matrix, con millones de cámaras apuntando a todo el universo visible, infoxicándonos desde el móvil, el ordenador y la televisión 24 horas al día. Nos sentíamos atrapados por los artículos con actualización en directo de los periódicos online, estábamos obsesionados con los informativos monotemáticos de duración imposible, éramos esclavos de los grupos del móvil para conocer antes que nadie el nuevo meme del día. Se nos había descubierto el universo en un semana y necesitábamos tiempo para descubrirlo todo.

El urbanismo, la arquitectura y el ecologismo conocían la existencia de este universo compartido desde hace al menos un siglo, apenas unos años después de que comenzaran los primeros registros metódicos de termometría, y menos de un siglo después de la Revolución Industrial. Todo ello estaba relacionado e iba a formar parte de los cimientos de la Sociedad Post Covid.

Entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, la Revolución Industrial iba a ser el comienzo de una nueva era. Los cambios que iba a significar para la tecnología, el modus vivendi y las condiciones de trabajo iban a ser históricos, pero fueron los cambios que iba a significar para el medio ambiente los que iban a ser catastróficos y todo el mundo los conoce perfectamente.

La contaminación de la atmósfera, los desechos químicos o la destrucción de los bosques y océanos iban a convertirse en los símbolos más oscuros de esta nueva era. En 1800, solo el 3% de la población vivía en grandes ciudades, mientras que hoy en día es el 50%; esto iba a suponer un cambio en el proceso de urbanización de las grandes ciudades. Haciendo frente a estos grandes cambios, empezaron a surgir movimientos ecológicos que ya a comienzos del siglo XIX advertían de los peligros que estos comportamientos industriales tendrían a largo plazo.

En 1850 comienzan los registros metódicos de termometría para registrar las fluctuaciones de la temperatura de la atmósfera, lo que ayudó a empezar a reconocer la existencia de un cambio climático. Desde 1880, menos de un siglo después de la Revolución Industrial, ya se registraron los primeros aumentos de la temperatura promedio de la superficie de la Tierra, pero fue a partir de los 2000 cuando empezaron a registrarse los años más cálidos. El resto es historia.

Think Global Act Local - https://flic.kr/p/egzCSr

Esto suponía el nacimiento de una sensación de universo compartido, una pandemia climática que iba a afectar a toda la humanidad por igual. El ecologismo fue el primero en darse cuenta y el primero en buscar soluciones a nivel global. Obtuvo muchos éxitos pero a día de hoy sigue siendo una batalla de David contra Goliat. El urbanismo, en cambio, tomó una alternativa distinta.

Dicen que fue el arquitecto, biólogo y sociólogo Patrick Geddes en su Cities in Evolution de 1915 el primero en hacer una mención a lo que posteriormente se convertiría en el lema: "Think Global, Act Local." Decía que la planificación urbanística debía tener en cuenta el medio ambiente que le rodeaba para no entorpecer las dinámicas de la sociedad que lo habitaba. Este lema pronto iba a ser incorporado a la educación internacional en los años 50 y a los negocios en los 80, donde iba a ser renombrado como glocal. Grosso modo lo que esto significa es que la salud de todo un planeta depende de las acciones locales de cada individuo; un lema, sin embargo, que hay que tratar con cuidado para no caer en cierta demagogia.

El coronaverso nos ha vuelto a traer este lema a cada uno de nuestros balcones donde la calle sería el aspecto local y Worldometer el aspecto global. Igual que el urbanismo tuvo que poner en marcha una serie de cambios para evitar la pronta destrucción del planeta, ahora es la sociedad a la que se le exigen una serie de cambios para evitar una tragedia mayor a nivel mundial.

No dejamos atrás el concepto de universo compartido, no olvidamos el poder que la cháchara y el small talk tienen en las relaciones sociales y continuamos con el lema Think Global Act Local que la sociología, el ecologismo y el urbanismo ayudaron a implantar en el sistema educativo internacional. Con todo ello presente tenemos que seguir hablando del cambio más abrupto que nos ha dado el coronaverso: el nacimiento de una Sociedad Post Covid. En la segunda parte hablaremos del elefante en la habitación que es la siniestra paradoja que ha hecho que la característica más distintiva de este coronaverso que lo ha unido todo sea lo que nos ha distanciado a unos de otros.